Por Jocelyn Olivari, Gerenta de Innovación de Corfo

Esta semana, Joel Mokyr, Philippe Aghion y Peter Howitt, recibieron el Premio Nobel de Economía 2025 “por haber explicado el crecimiento económico impulsado por la innovación”. Este reconocimiento confirma que la innovación no es un lujo, sino una vía para alcanzar crecimiento económico a largo plazo y mejorar la calidad de vida.
Durante la mayor parte de la historia, la humanidad vivió en estancamiento económico. Aquí Joel Mokyr nos da la primera clave: el “conocimiento útil”, que se divide en conocimiento proposicional (el “porqué” científico) y conocimiento prescriptivo (el “cómo” práctico). Antes de la Revolución Industrial, estos dos mundos rara vez se conectaban. Sabíamos cómo hacer cosas, pero no por qué funcionaban. El gran cambio se produjo cuando la ciencia y su aplicación práctica crearon un ciclo virtuoso que transforma ideas en innovación.

Pero entender el pasado no basta. Aghion y Howitt nos ayudan a comprender el presente. Inspirados en la “destrucción creativa” de Joseph Schumpeter, desarrollaron un modelo matemático que integra la innovación en el crecimiento económico. Su gran hallazgo: el crecimiento no es lineal, sino un ciclo donde nuevas tecnologías desplazan las antiguas. Al cuantificar cómo la inversión en investigación, la competencia, la propiedad intelectual y los subsidios públicos afectan la velocidad de innovación, convirtieron su trabajo en una herramienta muy útil para diseñar políticas públicas.

Para Chile, que enfrenta una productividad estancada, las teorías de estos tres economistas ofrecen una brújula con tres direcciones: primero, conectar ciencia y empresa, fortaleciendo puentes entre academia y sector productivo; segundo, fomentar la destrucción creativa, promoviendo un ecosistema donde las nuevas empresas innovadoras puedan competir y las capacidades “destruidas” se reconviertan en actividades de mayor valor agregado; y tercero, invertir en I+D a largo plazo: la inversión en Chile alcanzó 0,41% del PIB en 2023, muy lejos del 3% promedio de la OCDE. En ese sentido, la Ley I+D, extendida hasta 2035, es una herramienta que debemos profundizar, pues un tercio de las empresas que invierten en I+D no usan este beneficio tributario.
Con una economía que lleva más de 10 años creciendo bajo el promedio mundial, en Corfo estamos aplicando lo que Aghion y Howitt identifican como clave para acelerar la “destrucción creativa”. Enfatizando la innovación sofisticada, si en 2022 el 45% de los montos adjudicados se invertían en proyectos I+D, este año alcanzaremos más de un 60% (68% en 2024). Esta mayor inversión pública ha sido acompañada por el sector privado, que incrementó su inversión en proyectos de innovación en un 15% real entre 2021 y 2025. La teoría se confirma en la práctica: cuando hay incentivos claros, el sector privado invierte en I+D y acelera la destrucción creativa.

Los resultados están a la vista, pero el camino apenas comienza. El futuro de Chile depende de nuestra capacidad para construir una verdadera cultura basada en conocimiento e innovación. Y Chile, francamente, ya no tiene tiempo que perder.